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Yoko Ono cumple 86 años, la viuda más famosa del mundo

Cuál es el legado de esta pacifista nacida en una familia de clase alta japonesa que enamoró a John Lennon en Londres y se instaló para siempre el edificio Dakota de Nueva York, donde el beatle fue asesinado

«Vos no tenés novio, ¿verdad?», le preguntó Yoko Ono a May Pang en 1973 y enseguida le sugirió que si John Lennon la invitaba a salir, ella solo tenía que decir que sí. La pareja beat más conocida del planeta estaba pasando por una crisis, John estaba cansado de los Beatles y Yoko estaba cansada de John. El matrimonio estuvo separado durante un año y medio, tiempo en el que la japonesa se las arregló para conformar a su esposo con la compañía de la secretaria de ambos. Tal era el poder sobre este hombre que le permitía, incluso, elegirle una amante.

Pang era descendiente de chinos, atractiva y más joven que Yoko. A Lennon le encantaba. Pero un buen día, mientras May y John convivían como pareja, Yoko llamó por teléfono y le prometió a Lennon la cura para dejar de fumar. Allá fue el músico, de vuelta detrás de su alma gemela y dejando a May Pang para siempre. Así eran ellos, tan fuerte era su amor que Lennon nombró a esa temporada como «Lost Weekend», un fin de semana perdido, lejos de los brazos de su amor, su mentora, su viuda eterna.

Yoko vivió siempre con el estigma de ser «la bruja», la culpable de separar a los Beatles, la mala de la película. Lo cierto es que más allá de esta supuesta influencia negativa, ella fue quien inspiró al Lennon pacifista, el hombre que se preocupaba por otros seres humanos, el activista. Cuando la pareja se conoció, John ya era más famoso que Jesucristo, pero el prestigio de Yoko como artista contemporánea no se quedaba atrás.

Hecha en Japón

Yoko Ono nació en el seno de una familia de clase alta de Japón. Su inclinación por las artes hizo que su familia la inscribiera en una exclusiva escuela para niños talentosos, donde llegó a ser concertista. Con los años se convirtió en la primera mujer en ser aceptada en la carrera de Filosofía de la Universidad Gakushuin, una de las más exclusivas instituciones privadas de su país de origen. Después de la Segunda Guerra Mundial, su familia se mudó a Nueva York, donde Yoko estudió composición y poesía contemporánea en el Sarah Lawrence College.

Casi por hacer enojar a su madre, la joven artista contrajo matrimonio en 1956 con el compositor Toshi Ichiyanagi. Vivieron pocos años juntos y fueron muy infelices, tanto que Yoko quiso quitarse la vida. Por suerte para ella no lo logró, pero su familia intervino y la internó en una clínica psiquiátrica. Nada bueno podía salir de ahí, solo ganar tiempo lejos de su ex marido y sumar experiencias para una carrera que ya venía dando sus frutos.

Alejada de Ichiyanagi y cerca del músico de jazz y productor de cine Anthony Cox, Yoko volvería a creer en el amor. La pareja tuvo una hija llamada Kyoko, en 1963, cuya vida estaría marcada por las separaciones. Para 1966, Ono continuaba exponiendo y llevando por el mundo su arte experimental y abstracto, y así fue como en una muestra realizada en Londres conquistó el corazón de John Lennon, que por ese entonces aún estaba casado con Cynthia Powell y juntos eran padres de Julian.

Yoko y John fueron amantes hasta que la situación se tornó insostenible y ambos se divorciaron de sus antiguas parejas para iniciar una nueva vida, juntos. A Lennon le costó una casa y una jugosa suma mensual para Cynthia y su hijo, pero para Yoko resultó mucho más caro. Ser una mujer libre tuvo sus consecuencias y aunque le correspondía a ella la tenencia de Kyoko, Cox decidió secuestrar a la niña, cambiarle el nombre y mantenerla lejos de Ono por décadas.

Kyoko y su madre volvieron a verse cuando la chica ya se había convertido en una mujer de 31 años. «Fue muy duro. Yo la recordaba como una niñita y vivía comprándole pequeños suéteres de cachemir que se apilaban en mi vestidor hasta que un día alguien me dijo: ‘¿No entiendes que ella ya tiene 26 años y debe estar tan alta como tú ‘», comentó amargamente Yoko cuando finalmente pudo volver a reunirse con su hija. Entre los 3 y los 9 años, Kyoko había vivido con su madre y con John, que la quería como un padre. En el disco Fly (1971) juntos le dedicaron el desgarrador rock and roll «Don’t Worry, Kyoko (Mummy’s Only Looking For Her Hand In The Snow)». La familia compartía tiempo con Julian, el primer hijo del beatle. En 1975 nacería Sean, fruto de John y Yoko, y Julian quedaría un poco relegado por su padre.

La artista y el músico no eran la pareja más común del mundo, pero una persona que estuvo muy cerca de ellos, aseguró que eran buena gente. En su libro En casa de John Lennon, la gallega Rosaura López Lorenzo, que por entonces trabajaba como mucama del edificio Dakota, reconoció que «John estaba un poco influido por Yoko, pero sus únicas manías eran salir con su hijo y tomar té, era una persona confiada, buena y cariñosa». Rosaura se casó con un argentino y tuvo a Rob, un neoyorkino que tras la muerte de su madre en 2005 (a poco de presentar el libro) decidió radicarse en Galicia, España, la tierra de Rosaura.

«Cuando viajaba a Galicia, cada verano, la gente no daba crédito a mis historias, no se creían que pudieran ser ciertas. Mi madre solía regalar fotos firmadas, autógrafos, hasta ropa que John ya no usaba. ¡A saber dónde están ahora esas prendas!», le dijo Rob al diario La Voz de Galicia en una entrevista publicada en 2016. También contó que su madre trató con Mark Chapman, quien asesinó a Lennon el 8 de diciembre de 1980: «Era una persona normal, que quería tanto a John como nosotros».

Una artista diferente

Yoko no nació con los Beatles y la relación con el padre de Sean también empañó su obra y su poder creativo. Después del asesinato de Lennon, finalmente la japonesa encausó su carrera y volvió a destacarse como la gran artista conceptual que era. A partir de allí ya no se detuvo y logró llevar sus instalaciones por las mejores galerías y museos del mundo.

Yoko formó parte en la década del 60 del movimiento Fluxus, una corriente experimental ligada de algún modo al dadaísmo europeo, donde los artistas no creían en la autoridad de los museos, ni en la educación formal para crear. El Fluxus intentaba bajar el arte del pedestal de las clases altas para acercarlo a las masas, el arte debía ser gratis, libre, de todos. La mezcla de música, acción y artes plásticas dio lugar a novedosas performances y a los famosos happenings, donde pasaba de todo.

Las «instrucciones» de Yoko se hicieron famosas. La artista buscaba que cada uno completara la obra y así fue que, en 1964, publicó el libro Grapefruit (Pomelo), que compilaba más instrucciones tales como: «Corte un hueco en una bolsa llena de semillas de cualquier tipo y coloque la bolsa en un lugar ventoso. Escuche la tierra girar».

El día en que se casó con John, el 20 de marzo de 1969, ambos comenzaron la conocida performance en la que pedían por la paz mundial. Estuvieron en la cama una semana y fue una de las intervenciones más cubiertas por los medios periodísticos. Muchos esperaban que fueran a tener sexo -el morbo vendía- pero ellos solo se sentaban, o dormían, o charlaban, en la suite presidencial del hotel Hilton de Ámsterdam, Holanda, en protesta por la guerra de Vietnam. Más tarde lo repetirían en Montreal, Canadá.

Musicalmente, y junto a John y estrellas como Eric Clapton, Yoko se había destacado en los 70 como integrante de la Plastic Ono Band. Entrados los 80, Yoko inició su instalación de arte participativo Wish Tree donde bajo su mirada, se plantaba un árbol nativo de un lugar y se invitaba a que cada espectador sumara un deseo escrito en una de sus ramas. Todavía hay árboles de deseos en Londres, Tokio, Venecia y Nueva York, por supuesto.

Yoko hizo películas, se subió a un escenario, dejó que le cortaran la ropa y expuso artículos domésticos tan disímiles como un cepillo para el pelo y los anteojos manchados de sangre de Lennon. En el documental de 2001, The Real Yoko Ono, su hijo Sean dijo: «Creo que ella jamás habría recibido tantas críticas si fuera, digamos, rubia». El siglo XXI ha sido benévolo con Yoko, los fans de los Beatles aprendieron a mirarla con otros ojos y el público en general supo apreciar su aporte como artista.

«Ella entraba al estudio y opinaba como uno más, no se quedaba mirando mientras trabajábamos… Cuando John llegó con Yoko, ella no estaba en la sala de control o a un lado. Estaba en el medio de nosotros cuatro», le dijo Paul McCartney a la revista Rolling Stone hace unos años. Tiempo después se amigaron y hoy ya son familia. La cruz de ser quien separó a los Beatles, el machismo encubierto y la xenofobia la hicieron más fuerte, el corolario es su muestra Arising (Resurgiendo) donde exhibe fotos de ojos de mujeres que sufrieron en carne propia la violencia o la opresión.

Hace unos días se la pudo ver en una marcha feminista en Nueva York, de sombrero, anteojos negros, montada en una silla de ruedas que la ayuda a desplazarse. Ser pacifista ha sido su mejor batalla y mientras su obra siga recorriendo el mundo, Yoko Ono seguirá de pie, al igual que su lema: «La guerra se acaba, si vos querés».

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